
¿Por qué estamos como estamos? Aportes al debate sobre nuestra coyuntura actual – Parte 2
Presentación
Este texto es la segunda parte de una serie de cuatro artículos en los que Miguel Ángel López Perito invita a pensar nuestra coyuntura política y social desde una mirada crítica. En esta entrega se profundiza en la idea de un Estado sin poder, capturado por élites oligárquicas y atravesado por la narcopolítica, que deja a la ciudadanía desprotegida y sin voz. El texto busca abrir un debate necesario sobre las raíces de esta crisis y sobre la urgencia de repensar la democracia y lo público.
Introducción
Esta es la segunda parte de una serie de cuatro artículos en los que el autor invita a pensar nuestra coyuntura política y social desde una mirada crítica. En esta entrega se profundiza en la idea de un Estado sin poder, capturado por élites oligárquicas y atravesado por la narcopolítica, que deja a la ciudadanía desprotegida y sin voz. El texto busca abrir un debate necesario sobre las raíces de esta crisis y sobre la urgencia de repensar la democracia y lo público.
PARTE II
¿Y qué significa el “Estado sin poder”?
El poder del capitalismo global despojó al Estado nacional de soberanía, o en todo caso le dejó un margen tan pequeño de soberanía con el cual realmente no tiene la menor posibilidad de solucionar los graves problemas que afectan a sus ciudadanos y ciudadanas.
Tomemos un ejemplo propio. Cuando Horacio Cartes fue electo presidente, denunció públicamente que existían más de 3.000 multimillonarios en Paraguay que no pagaban impuestos, cosa que nadie hizo antes, ni siquiera el gobierno “socialista” de Lugo. ¿Por qué no pagaban? Porque tenían sobornadas a las autoridades del entonces Ministerio de Hacienda. Un alto dirigente de la Unión de Gremios del Paraguay (UGP) solía decir: “¿Para qué vamos a pagar impuestos si nos sale más barato comprar senadores y diputados?”. ¿Y ahora pagan? No; siguen sin pagar. ¿Por qué? Porque esos multimillonarios forman parte de las élites que manejan el país y mantienen sometido al gobierno. Esto significa que los “corruptos” no son solamente esa mayoría de senadores, diputados, jueces, fiscales, funcionarios, sobornados por las élites poderosas, sino fundamentalmente esos sectores empresariales, sojeros, ganaderos, banqueros, etc., que sobornan a los funcionarios del Estado y a los representantes políticos. Por eso decimos que el “sector público” no representa los intereses del pueblo o de la ciudadanía sino los de una élite corrupta que maneja al Estado: la oligarquía.
A eso debemos agregar que, desde décadas anteriores, el crimen organizado se vino apoderando de amplios sectores empresariales, de los partidos políticos que colocan representantes en el Poder Legislativo, y de funcionarios públicos en general, configurando lo que se conoce como “narcopolítica”. El crimen organizado es parte de la oligarquía.
Un Estado como el nuestro, en el que el pueblo no participa, capturado por bandas mafiosas que lo usan para robar y hacer negocios privados, y que además carece de soberanía porque se encuentra sometido a los mandatos del poder global del mercado, es un cambalache sin posibilidad alguna de responder a las necesidades y expectativas de sus ciudadanos. De ahí nace la frustración de la política, la apatía, el desengaño, el descreimiento, o la “anti política”, la bronca contra la política, que apunta al desprestigio de los partidos políticos y a los mecanismos de la representación democrática.
La nueva ola “libertaria” de las derechas mundiales apunta en primer lugar a criticar a un inventado “globalismo” que pretende la destrucción del puritanismo moral, familiar, sexual, de las costumbres “tradicionales”, de la propia nación, y de la supremacía blanca mediante las migraciones masivas. En realidad, el único “globalismo” es la globalización provocada por la expansión capitalista, que no tiene vuelta atrás, y que unificó el mundo no solo económicamente, sino culturalmente.
Mediante sus guerras focalizadas como Afganistán, Irak, Ucrania, etc., y los desastres económicos que provoca en todo el mundo -como fue la mencionada crisis financiera del 2008-, moviliza millones de migrantes que ya no pueden vivir en sus países y buscan desesperadamente algún lugar que les dé oportunidad de vivir y trabajar. Esta situación de desencanto de la democracia, del mercado y sus promesas frustradas, de inseguridad y desconfianza, agravada por el desempleo masivo y el desarrollo infinito de las desigualdades sociales, provoca que las masas, por desesperación y desilusión del sistema, se vuelquen a apoyar nuevas figuras políticas disruptivas, chiflados, delincuentes y oportunistas, como los nuevos salvadores del Estado en crisis.
Estos nuevos líderes como Trump, Putin, Orbán, Elon Musk, Bukele, Milei, Meloni, Alice Weidel, etc., podrán ser “libertarios”, anti globalistas, nacionalistas, o magos, pero la realidad es la misma: el Estado nacional carece de capacidad de solucionar los problemas de la gente porque su poder fue expropiado por las corporaciones que manejan el capitalismo global. El camino del futuro no está en volver a los antiguos Estados amurallados, en los que nadie puede sobrevivir a largo plazo, sino en un entendimiento global, con poder real para resolver los grandes problemas actuales de toda la humanidad.
La crisis de la globalización, la crisis de la democracia y del Estado Nación engendra -sobre todo en las potencias del mundo capitalista- desorientación, impotencia y desesperación de las masas acostumbradas a ciertas condiciones de estabilidad económica, laboral, política y cultural, generadas por el Estado de Bienestar. Bordoni y Bauman hablan de la “treintena gloriosa” (1940-1970) y de la “treintena opulenta” (1970-2000) en Europa y EEUU, como resultado de la rápida evolución del Estado de Bienestar y de la confianza de la sociedad en su capacidad de garantizar la estabilidad y la seguridad. Ese mundo se acabó, desapareció bajo la mirada atónita de la ciudadanía sometida ahora a la pérdida acelerada de sus bienes, sus casas, sus trabajos, sus ahorros, de la confianza en el Estado, de la desintegración de sus familias, de la profundización del aislamiento social, de las migraciones y del avance arrollador de una cultura distópica. Esta profunda crisis hace aflorar los miedos más atávicos y primarios en los seres humanos e impulsa a la violencia contra todo lo que pueda ser identificado como un “enemigo” o culpable de la espantosa situación en que viven. Los desastres sociales generados por los países centrales en la “periferia” del capitalismo para lograr alcanzar los niveles de desarrollo y consumo “opulento” se traslada ahora al interior de los mismos, con consecuencias que aún no podemos prever cabalmente[1].
Volvamos al caso de Paraguay: ¿Qué es la oligarquía?
Es el conjunto de personas, familias y corporaciones que manejan el país representando los intereses del capitalismo global, controlando la economía, la política, la cultura, la información, y defendiendo la estabilidad del sistema y su inserción en el mercado.
Curiosamente no hay en Paraguay un “mapa” consolidado de la oligarquía. Hay varios mapas, como un trabajo de Oxfan del 2016: Yvy jara. Los dueños de la tierra en Paraguay. Así como investigaciones sobre las grandes corporaciones del agronegocio y del capital financiero, empresas, etc. Es muy conocida en nuestro país la referencia a “los barones de Itaipú”, así como el poder de los “brasiguayos” y de las poderosas cooperativas menonitas. También se suele mencionar el concepto de la “Patria Contratista”, en referencia a un selecto grupo de empresas que se turnan sistemáticamente para ganar las licitaciones del Estado en todos los rubros. Otros hablan de “las mafias institucionales”, enfatizando que la Policía Nacional se encarga de ciertas áreas delictivas; las Fuerzas Armadas del contrabando de frontera; las coimas y negociados en las instituciones estatales, etc. Y el crimen organizado que incluye producción y tráfico de drogas, contrabando de armas, de cigarrillos, de vehículos robados, de pesticidas agrícolas prohibidos, de falsificaciones en general, y seguramente muchos otros rubros secundarios. Por supuesto, ninguna de estas actividades rendiría sus frutos sin una poderosa red de lavado de activos y soborno y complicidad de autoridades y “políticos”[2].
Los grandes exponentes de esta oligarquía se entrelazan en variados rubros. El grupo Cartes, por ejemplo, abarca casi todos los rubros de la economía, legales e ilegales, así como los poderes del Estado: Ejecutivo, Legislativo y Judicial, incluyendo los llamados “extra poderes” como la Fiscalía, el Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados, el Consejo de la Magistratura, etc. El sector de “los barones de Itaipú” se enriqueció a partir de la sobre facturación de obras de dicha hidroeléctrica, que en principio estaba presupuestada en 3.000 mil millones de dólares, pero se terminó pagando, milagro financiero de por medio, casi 80 mil millones de dólares: 26 veces más que su costo inicial.
La exclusión social, económica, política y cultural es el sello característico de la dominación oligárquica, constituida por clases que se consideran superiores al pueblo común por sus apellidos, orígenes o poder económico o político. Mientras no logremos cambiar este “chip”, hegemónico en nuestra sociedad tradicional, es imposible lograr la participación política efectiva o, en otras palabras, una ciudadanía activa.
El sistema controlado por una oligarquía ¿se da solo en Paraguay?
El desarrollo del poder oligárquico es un fenómeno histórico latinoamericano que tiene sus raíces en el proceso de colonización, entre los siglos XV y XIX. Pero en cada país se dio de una forma específica, de acuerdo con su propia formación social. Por eso hay similitudes y diferencias, aunque la matriz oligárquica está presente en todos los países latinoamericanos. Este fenómeno representa la forma histórico-cultural particular de organización del poder colonial y postcolonial, y de inserción de las sociedades latinoamericanas en el capitalismo global.
El proceso de independencia del poder colonial español adoptó, por parte de las oligarquías locales, la forma del Estado burgués sin burguesía, ni revolución industrial o social y, por supuesto, sin ciudadanía, porque “el pueblo no estaba preparado para la democracia”. Esa concepción es común no sólo en las oligarquías latinoamericanas neocoloniales, sino en la mentalidad totalitaria actual.
Hablamos antes de Carlos Antonio López. Revisemos un poco qué proponía su “Catecismo Político y Social” de 1855: “Pregunta: ¿Es prueba de patriotismo poner en evidencia los vicios más o menos reales de la organización política de su país? Respuesta: De ninguna manera. Pregunta: ¿Qué debe hacer el patriota para que mejoren las condiciones de su país? Respuesta: Mantener la confianza en que los gobiernos lleguen a modificarse a sí mismos”. Por supuesto que no encontraremos una pregunta subsiguiente que explique cómo los gobiernos pueden llegar a corregirse a sí mismos. Esta proto Constitución se mantuvo ideológicamente intacta hasta la Constitución de 1992.
Teodosio González[3], por su parte, habla de la “…ocultación sistemática y completa a los gobernados de los actos realizados y propósitos sustentados por los gobernantes en relación a la marcha política y financiera del país, incluso a los propios partidarios políticos”. De hecho, el secreto de la información, base fundamental de la corrupción histórica de las instituciones económicas, políticas y sociales para facilitar la apropiación y distribución de los recursos públicos, es una herramienta institucional de poder oligárquico. El pueblo raso no tiene por qué entender de los asuntos de gobierno.
El insospechado Bolívar decía, en 1819: “La libertad indefinida, la democracia absoluta, son los escollos a donde han ido a estrellarse todas las esperanzas republicanas”.
Lucio López, escritor argentino, en su libro La Gran Aldea (1884), describía así al pensamiento oligárquico de su país: “Si las leyes del universo están confiadas a una sola voluntad, no se comprende como lo universal puede estar confiado a todas las voluntades. El sufragio universal, como todo lo que responde a la unidad, …es el voto de uno solo reproducido por todos. En el sufragio universal la ardua misión, el sacrificio, está impuesto a los que lo dirigen, como en la armonía celeste, el sol está encargado de producir la luz y los planetas de rodar y girar alrededor del sol, apareciendo y desapareciendo como cuerpos automáticos sin voz ni voto en las leyes que rigen la armonía de los espacios.
Somos la clase patricia de este pueblo, representamos el buen sentir, la experiencia, la fortuna, la gente decente, en una palabra. Fuera de nosotros, es la canalla, la plebe, quien impera. Seamos nosotros la cabeza; que el pueblo sea nuestro brazo”.
Diego Portales, figura fundamental de la consolidación del Estado en Chile y ministro de relaciones exteriores decía en 1922: “La democracia que tanto pregonan los ilusos es un absurdo en países como los americanos, llenos de vicios, y donde los ciudadanos carecen de toda virtud como es necesario para establecer una verdadera república […] La república es un sistema que hay que adoptar, pero ¿sabe cómo yo la entiendo para estos países? Un gobierno fuerte, centralizador, cuyos hombres sean verdaderos modelos de virtud y patriotismo, y así enderezar a los ciudadanos por el camino del orden y de las virtudes”.
Podemos saltarnos las referencias al fascismo paraguayo instalado por el advenimiento del Estado Militar, la Revolución del 47 y la dictadura de Stroessner, porque son más recientes y las vivimos en carne propia. Lo trágico del totalitarismo es que no pertenece al pasado estalinista, hitlerista o fascista, sino que es una doctrina actual y operante en las “nuevas” concepciones “libertarias”.
Esta línea común de pensamiento se manifiesta tanto en un Hitler que sostenía que: “El más fuerte debe dominar y no mezclarse con el más débil”; como en los modernos ideólogos de la libertad como Bukele (“El que perdona al lobo sacrifica a las ovejas”), Milei (“…el mundo había caído en una oscuridad profunda y ruega ser iluminado…por el faro argentino, lógicamente), Trump (“Dios me salvó para hacer a EEUU grande de nuevo”), Meloni (la madre coraje que salvará a la patria huérfana), Alice Weidel (“la mayor carga pública son los pobres y los migrantes”), etc.
El denominador común que atraviesa la historia de la racionalidad oligárquica en sus diferentes modalidades universales se resume en la existencia de un grupo exclusivo de seres humanos superiores étnica e intelectualmente que van a salvar al pueblo cretino (los “otros”, la plebe, los débiles, la patria huérfana, la chusma carente de virtudes democráticas) de las garras del enemigo (los exaltados, los ilusos, los globalistas, los comunistas, las feministas, los lobos, los pobres, los migrantes, los inmorales, etc.). Para ello fueron elegidos por Dios, dotados de luz y virtudes especiales, sentido común, y una moral mejor que todas que merece ser impuesta, aun por la fuerza. Actualmente, con una buena dosis de demagogia, desinformación, engaño y publicidad, enfrentan a un inexistente “globalismo” mientras que ellos y ellas son los principales agentes de la globalización capitalista que generó la frustración y el desengaño de las masas que los idolatran.
Curiosamente, en la etapa de máximo desarrollo global y de pugnas radicales por el control del mercado mundial, las principales potencias, ahora también estimuladas por las políticas proteccionistas de Trump, han vuelto a un refrito, vetusto y anacrónico discurso nacionalista; de Putin a Trump, de Orban a Xi Jinping, de Bukele a Milei, a Meloni y a Weidel, se empachan de grandeza nacional y de faros luminosos para la humanidad.
Pero no todos juegan este ridículo y absurdo juego, ya que apuestan a políticas de bloques hacía una modalidad menos injusta de globalización.
Por qué hablamos de una cultura oligárquica operante
¿De dónde provienen nuestras ideas y creencias sobre la realidad? Obviamente, de nuestras culturas. Muchas de nuestras ideas y creencias provienen de prácticas históricas del pasado que quedaron cristalizadas en la memoria colectiva. Cuando tratamos de entender fenómenos como el origen del racismo y de la ideología del supremacismo blanco, es inevitable concluir de que se trata de prejuicios ancestrales sin fundamento real alguno, en pleno siglo XXI.
El Proyecto internacional Genoma Humano, realizado desde 1990, presentado por Bill Clinton y Tony Blair en el año 2000, y anunciado oficialmente en el 2016, determinó claramente que todos los seres humanos actuales comparten un antepasado femenino común que vivió en África entre 170 y 130 mil años atrás. Sabemos, por tanto, que todas las “razas” provenimos de un tronco humano común del África. Ese descubrimiento científico elemental todavía no entró en la cabeza de la mayoría de la población mundial. Así es que si hay algo difícil de superar son los prejuicios inscriptos en nuestras culturas.
Muchos estudiosos actuales siguen afirmando que en el país líder de la “igualdad” y la democracia en América, los EEUU, el prejuicio racial continúa operando, principalmente en referencia a los negros. La esclavitud de los negros vino a Norteamérica con la colonización inglesa hace más de 400 años. El movimiento abolicionista desembocó en la Guerra de Secesión y en la Proclamación de Emancipación de 1863, y la esclavitud recién fue abolida mediante la ratificación de la Decimotercera Enmienda a la Constitución en 1865. ¿Terminó realmente el racismo en los EEUU con esa medida? Legalmente sí; culturalmente no. Una creencia de 400 años atrás sigue vigente para un importante sector de la ciudadanía americana. A pesar de haber tenido un Presidente negro y de la amalgama cultural histórica[4].
La misma pregunta podemos hacernos respecto a Paraguay y a la imagen del indio. Aquí conviven “el orgullo de la raza guaraní” con un profundo desprecio al indio, la población más pobre y degradada del país. Y, sin duda, la población paraguaya es principalmente producto del mestizaje. Esta esquizofrénica e hipócrita actitud es el resultado de conflictos culturales inconscientes no resueltos que están activos y operantes en la vida cotidiana de nuestra población. ¿Qué es “lo español” y qué es “lo indígena” en nuestras raíces culturales?
El mito del “ser nacional” paraguayo se construyó sobre prejuicios y falsificaciones de la historia, una identidad idílica que a fuerza de repetirse se asume como real. Y es una gran mentira que debe desenmascararse. La única manera de hacerlo es investigar y releer críticamente nuestro proceso histórico, debatir y corregir el fraude de la fabulación oligárquica. Y comparar los comportamientos y actitudes consignados por la historiografía más creíble con los sistemas de creencias que hoy manifiestan importantes sectores de nuestra población, para entender qué es lo que venimos repitiendo desde tiempos ancestrales.
A la academia y a las instituciones “científicas” de origen oligárquico no les interesa avanzar por este camino de los estudios culturales más profundos, porque podrían conspirar contra la mitología conservadora que sustenta nuestra supuesta identidad nacional y los fundamentos de nuestro Estado totalitario.
“Para muestra basta un botón”, reza el refrán. Hace poco veía un video progresista de nuestro medio -hecho con la mejor intención- que invitaba a valorar la importancia de la movilización callejera para reclamar derechos. Y el primer ejemplo histórico en el video se refería al movimiento emancipador de la revolución comunera en Paraguay. Presentada exclusivamente como una rebelión contra la opresión colonial española, no podría ser más que una expresión emancipadora de la población colonial. Eso es lo que aprendimos en la historia que estudiamos en la escuela. Pero nadie nos explicó más detalladamente sobre el sistema de las encomiendas como un sistema de esclavitud, explotación y violencia contra el sistema social de los carios-guaraníes (y no solo ellos), fundamentalmente contra las mujeres. Una de las prácticas de los encomenderos eran las famosas “rancheadas”: ataques por sorpresa a colectividades indígenas para raptar mujeres, sometidas a explotación productiva y reproductiva. En “El Indio Colonial” Branislava Susnik apunta lo siguiente:
“Los comuneros, entendiendo bajo su libertad económica también la de las rancheadas, ‘fueron e enviaron por los lugares y casas de los naturales vasallos de V. Mgd. y les tomaron sus haciendas y les hacían venir a palos a trabajar y servirse de ellos y les tomaron sus mujeres e hijas por fuerza y contra su voluntad vendiéndolas trocándolas por ropas y rescates de manera que los indios se alteraron y estuvo a punto de perderse todo’ (11); los desmanes individuales abundaban, pero siempre pudo aducirse la causa legal de la ‘resistencia’ de los indios.” (Documentos históricos y geográficos relativos a la Conquista y Colonización Rioplatense. Buenos Aires, 1941. Relación escrita por el escribano Pedro Hernández, sobre lo ocurrido en el Río de la Plata, desde el arribo de la expedición de Don Pedro de Mendoza; 28 de Enero de 1545; p. 404). Deberíamos tratar de entender mejor la complejidad del poder colonial y su derrotero de sangre, destrucción y muerte, en la que los encomenderos se llevaban el premio mayor.
Una nueva propuesta de síntesis
Este segundo capítulo nos deja una certeza incómoda: el problema no es solo la corrupción visible, sino un Estado atrapado por una élite que lo usa para sus propios fines, dejando a la ciudadanía fuera de juego. Pero esta no es la última palabra. La historia no termina aquí, en la tercera parte, el autor nos invita a mirar más hondo, hacia las raíces culturales que sostienen este modelo de dominación, y a preguntarnos si todavía es posible cambiar el rumbo.
[1] Una película americana del 2024, Guerra Civil, plasma en ficción el presagio del levantamiento civil y militar de ciertos Estados de la Unión contra el poder federal totalitario, enfocándose en la brutalidad humana despertada por la confrontación. En ella aparece un grupo de “soldados” que, sin pertenecer a ninguno de los bandos, se dedica a asesinar masivamente a negros y migrantes. El presagio resulta inquietante porque relata lo que ya ha venido ocurriendo, con características peculiares, en muchos lugares.
[2] Al menos desde el 2015, el Departamento de Estado norteamericano produce anualmente un informe, en el cual se describe pormenorizadamente los estamentos involucrados en el crimen internacional organizado en Paraguay.
[3] Infortunios del Paraguay, 1931.
[4] En 1862 Lincoln trató de persuadir a una representación de hombres de color que establecieran una colonia en América Central. Jefferson invocaba que “las dos razas, igualmente libres, no pueden vivir en el mismo gobierno”. Esta exclusión histórica no pudo ser remediada por las Enmiendas Decimocuarta y Decimoquinta de la Constitución. En el propio Tribunal Supremo, en 1857, una interpretación decía que “los negros no pueden ser ciudadanos en el significado de la Constitución federal” (Arendt, Crisis de la República).